La religiosidad del pueblo egipcio estaba presente en todos los actos de la vida cotidiana e incluso más allá de la vida terrena.
En un principio los egipcios adoraron los fenómenos de la naturaleza; luego, las cualidades de algunos animales, y por último acabaron descubriendo a los dioses antropomorfos. En realidad nunca llegaron a abandonar esta triple adoración y su solución fue fundirla, creando esos dioses con cualidades de la naturaleza y atributos zoomorfos cuya representación es tan habitual en tumbas y templos.
A esta compleja evolución del sentimiento religioso egipcio debemos añadir la existencia de distintos dioses provinciales junto a multitud de dioses locales, con sus cualidades específicas y que, temporalmente, podían ser absorbidos por los primeros según la importancia política que alcanzara la ciudad natal del dios.
Esta pluralidad hace difícil explicar el mundo religioso del Egipto Antiguo. Sin duda no existió en la antigüedad ninguna otra cultura con tantos textos religiosos como ésta; pero en cambio no se conoce ningún libro sistemático que exponga el conjunto de creencias de este pueblo. Los Textos de las Pirámides, los Textos de los Sarcófagos y el Libro de los Muertos son, básicamente, los elementos que han servido para tratar de entender las creencias de los egipcios, aun sabiendo que en ellos se recogen relatos y admoniciones hechas para los dioses.
Aunque hay varias leyendas que explican el nacimiento del mundo y se atribuye tal mérito a diferentes dioses, los egipcios creían que del caos universal de las aguas primordiales surgió un montón de tierra o limo, en la que pronto aparecieron las primeras formas de vida gracias al espíritu creador, el Sol. El Sol fue uno de los fenómenos naturales más adorado por este pueblo que, además, le dio diversos nombres, siendo Re (o Ra) el más famoso. El primer trabajo de Re, según este mito cosmogónico fue crear a los dioses y a los hombres.
De entre los dioses zoomorfos cabe destacar a Khnum, con figura de carnero y asociado a la creación del mundo; Anubis, con figura de chacal, considerado el guardián de las tumbas; Thoth, representado como un ibis, dios de la ciencia y de la sabiduría. La pervivencia del culto a estos dioses y la aparición de dioses antropomorfos fue la causa de que su representación adquiriera algunos cambios: conservaron su cabeza animal, pero su cuerpo adquirió forma humana.
Uno de los primeros dioses representado bajo forma humana fue Ptah, considerado como el artífice de las artes. Natural de Menfis, fue el dios más poderoso del Imperio Antiguo y bajo su advocación se construyeron los más impresionantes monumentos funerarios de la antigüedad.
El mito mejor conocido es el de Osiris. El Cielo y la Tierra tuvieron cuatro hijos: Osiris, Seth, Isis y Nefthis. Osiris era el dios de la naturaleza, el espíritu de la vegetación. Asesinado y descuartizado por su hermano Seth, resucitó para gobernar en el mundo de ultratumba, gracias a los esfuerzos de Isis, su esposa, que recorrió la tierra hasta lograr reunir todos sus miembros dispersos. El hijo de Osiris e Isis, Horus, venció a Seth, arrebatándole el gobierno de la tierra y ocupando su lugar.
Según este mito, Osiris representaba todo lo beneficioso y fructífero; Seth la destrucción y la perversidad, Isis había instituido la familia y enseñaba a los hombres cómo hacer el trabajo cotidiano, y Nefthis, esposa de Seth, era la reina de los muertos y abandonó a su marido cuando éste mató a Osiris.
Los faraones, siguiendo la leyenda tradicional, cuando iniciaban su gobierno lo hacían como encarnación de Horus, y al morir se convertían en Osiris para reinar en el mundo de los muertos.
La preponderancia de un dios sobre los demás iba ligada al triunfo político de su ciudad natal; es decir cuando los príncipes lograban el poder, después después de una época de crisis, lo atribuían al favor de su dios y, en agradecimiento, extendían su culto a todos los territorios que estaban bajo su dominio. El faraón pasaba a ser considerado la encarnación de ese dios o la de su hijo. Así sucedió durante la dinastía IV, en que la ciudad del dios Re, Heliópolis, cobró gran influencia y el faraón, de forma expresa, se convirtió en hijo de este dios; o con Amón, dios natural de Tebas, que llegó a ser una de las divinidades más poderosas hasta el ocaso del Antiguo Egipto, después de la reunificación del Imperio por los príncipes tebanos.
Con el transcurso del tiempo el faraón, que representaba todos los poderes y tradiciones, llegó a encarnar simultáneamente a diferentes dioses: era Ptah, era el hijo de Re, era también Horus y era hijo de Osiris; cada dios le confería sus poderes.
En un principio los egipcios adoraron los fenómenos de la naturaleza; luego, las cualidades de algunos animales, y por último acabaron descubriendo a los dioses antropomorfos. En realidad nunca llegaron a abandonar esta triple adoración y su solución fue fundirla, creando esos dioses con cualidades de la naturaleza y atributos zoomorfos cuya representación es tan habitual en tumbas y templos.
A esta compleja evolución del sentimiento religioso egipcio debemos añadir la existencia de distintos dioses provinciales junto a multitud de dioses locales, con sus cualidades específicas y que, temporalmente, podían ser absorbidos por los primeros según la importancia política que alcanzara la ciudad natal del dios.
Esta pluralidad hace difícil explicar el mundo religioso del Egipto Antiguo. Sin duda no existió en la antigüedad ninguna otra cultura con tantos textos religiosos como ésta; pero en cambio no se conoce ningún libro sistemático que exponga el conjunto de creencias de este pueblo. Los Textos de las Pirámides, los Textos de los Sarcófagos y el Libro de los Muertos son, básicamente, los elementos que han servido para tratar de entender las creencias de los egipcios, aun sabiendo que en ellos se recogen relatos y admoniciones hechas para los dioses.
Aunque hay varias leyendas que explican el nacimiento del mundo y se atribuye tal mérito a diferentes dioses, los egipcios creían que del caos universal de las aguas primordiales surgió un montón de tierra o limo, en la que pronto aparecieron las primeras formas de vida gracias al espíritu creador, el Sol. El Sol fue uno de los fenómenos naturales más adorado por este pueblo que, además, le dio diversos nombres, siendo Re (o Ra) el más famoso. El primer trabajo de Re, según este mito cosmogónico fue crear a los dioses y a los hombres.
De entre los dioses zoomorfos cabe destacar a Khnum, con figura de carnero y asociado a la creación del mundo; Anubis, con figura de chacal, considerado el guardián de las tumbas; Thoth, representado como un ibis, dios de la ciencia y de la sabiduría. La pervivencia del culto a estos dioses y la aparición de dioses antropomorfos fue la causa de que su representación adquiriera algunos cambios: conservaron su cabeza animal, pero su cuerpo adquirió forma humana.
Uno de los primeros dioses representado bajo forma humana fue Ptah, considerado como el artífice de las artes. Natural de Menfis, fue el dios más poderoso del Imperio Antiguo y bajo su advocación se construyeron los más impresionantes monumentos funerarios de la antigüedad.
El mito mejor conocido es el de Osiris. El Cielo y la Tierra tuvieron cuatro hijos: Osiris, Seth, Isis y Nefthis. Osiris era el dios de la naturaleza, el espíritu de la vegetación. Asesinado y descuartizado por su hermano Seth, resucitó para gobernar en el mundo de ultratumba, gracias a los esfuerzos de Isis, su esposa, que recorrió la tierra hasta lograr reunir todos sus miembros dispersos. El hijo de Osiris e Isis, Horus, venció a Seth, arrebatándole el gobierno de la tierra y ocupando su lugar.
Según este mito, Osiris representaba todo lo beneficioso y fructífero; Seth la destrucción y la perversidad, Isis había instituido la familia y enseñaba a los hombres cómo hacer el trabajo cotidiano, y Nefthis, esposa de Seth, era la reina de los muertos y abandonó a su marido cuando éste mató a Osiris.
Los faraones, siguiendo la leyenda tradicional, cuando iniciaban su gobierno lo hacían como encarnación de Horus, y al morir se convertían en Osiris para reinar en el mundo de los muertos.
La preponderancia de un dios sobre los demás iba ligada al triunfo político de su ciudad natal; es decir cuando los príncipes lograban el poder, después después de una época de crisis, lo atribuían al favor de su dios y, en agradecimiento, extendían su culto a todos los territorios que estaban bajo su dominio. El faraón pasaba a ser considerado la encarnación de ese dios o la de su hijo. Así sucedió durante la dinastía IV, en que la ciudad del dios Re, Heliópolis, cobró gran influencia y el faraón, de forma expresa, se convirtió en hijo de este dios; o con Amón, dios natural de Tebas, que llegó a ser una de las divinidades más poderosas hasta el ocaso del Antiguo Egipto, después de la reunificación del Imperio por los príncipes tebanos.
Con el transcurso del tiempo el faraón, que representaba todos los poderes y tradiciones, llegó a encarnar simultáneamente a diferentes dioses: era Ptah, era el hijo de Re, era también Horus y era hijo de Osiris; cada dios le confería sus poderes.