Plagiando el diluvio universal.

En la tradición judeo-cristiana, La Biblia cuenta como Noé construyó un arca en la que salvó a su familia y a una pareja de animales de cada especie, del diluvio que Dios enviaba para acabar con los hombres.

Mucha gente dar por rigurosamente cierta, no solo esta historia, sino todas las que aparecen el la Biblia. No vamos a valorar la cuestionable veracidad de los relatos bíblicos, simplemente pondremos en duda su originalidad.

En Mesopotamia, que en griego significa “tierra entre ríos” (el Eufrates y el Tigris), y cuyo territorio se corresponde casi exactamente con el Iraq actual. Hace unos 5.000 años, un pueblo, el sumerio, desarrolló la pri­mera civilización que conocemos.

Aquí se levan­taron los primeros centros urbanos (las primeras au­ténticas “ciuda­des”) de la historia del hombre, donde las orgullosas torres-templo (los zigurats) se erguían contra el cielo, provocando en los ciu­dadanos una mez­cla de reverencia y orgullo.

Según un mito sumerio, en una época muy lejana, “cuan­do los dioses habitaban en la ciudad de Shuru-pak”, decidieron exterminar a la Humanidad, ahogándola en una inmensa inundación.
Pero una dio­sa reveló la intención de sus compañeros a un hombre, Utnapishtim, y le ordenó construir un gran barco y embarcar en él “a todas las especies vivientes”.

Una vez construido éste y cumplida la orden de la diosa, entró en el barco y cerró la puerta; “con el primer resplandor del día una nube negra se elevó por encima del horizonte” y se desencadenó la más terrible tempestad. Los diques de los canales se rompieron, los ríos se desbordaron y hasta los dioses se asustaron.

Du­rante seis días y seis noches la tempestad barrió la Tierra; el séptimo día se calmaron los elementos meteorológicos. La barca quedó anclada en el monte Nisir (identificado con un pico de los mon­tes Zagros). Utnapishtim soltó una paloma, que volvió; luego una golondrina, que también regre­só, y, por último, un cuervo, que encontró dónde posarse y ya no volvió. Entonces salieron todos de la barca y ofrecieron sacrificios a los dioses.

¿En qué otra parte sino en el País de Sumer, pantanoso y sujeto a inundaciones catastróficas frecuentes, podía haber nacido un mito semejan­te?

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